Historias de Papeles
El origami es una palabra de origen japonés que deriva de oru («doblar») y kami («papel») que significa «doblar el papel» y, por extensión, «darle la figura de determinados seres u objetos. Por lo tanto, el término define tanto al objeto resultante como a la acción de doblar.
Por lo general, suele emplearse una hoja de papel que no se corta ni se pega ni tampoco se decora, sino que se dobla en función de una serie de esquemas geométricos precisos. El resultado representará una figura concreta (un animal, una flor, un objeto cotidiano, una figura geométrica, etc.) y tendrá una forma bidimensional o tridimensional.
Las más complejas pueden considerarse, de hecho, esculturas de papel. La acción de doblar es más difícil de definir, pues hay que tener en cuenta los orígenes de esta técnica, así como sus implicaciones y su significado. El origami tiene una historia milenaria, que se funde con la tradición y la cultura japonesas. Al difundirse por todo el mundo, ha llevado consigo los significados que asumía en cada uno de los contextos culturales en los que se implantaba, por lo que hoy en día, es un ejercicio de concentración y meditación a la vez que un pasatiempo y una disciplina artística.
Si ha tenido una vida tan larga (y sin duda la seguirá teniendo), es porque satisface plenamente algunas exigencias y algunas predisposiciones naturales que están presentes en el hombre desde siempre. La conexión entre la mano, el cerebro y el ojo, es decir, la capacidad de manipular unos objetos guiada por el cerebro y bajo el control de los Ojos, está en la base de la evolución del hombre y de su vida cotidiana. Pocas actividades desarrollan esa capacidad como el origami, que se puede practicar de diversas formas, desde la sencilla reproducción de esquemas ya preparados, pasando por la modificación parcial de modelos ya existentes hasta llegar a la creación de nuevos modelos o incluso de nuevas técnicas.
Ante todo, debe tenerse en cuenta que el proceso de elaboración es más importante que el resultado final y que la esencia del origami está en los pliegues y no en el modelo ya terminado.
La sencillez del material, la complejidad de los pliegues, la precisión y la decisión de la ejecución, la posibilidad de volver a intentarlo, de repetir el trabajo evitando los errores, para mejorar y a la vez enfrentarse con uno mismo y con los demás permiten una continua asociación entre el juego del origami y el juego de la vida.
La sencillez esquemática de las figuras es lo suficientemente evidente como para permitir cualquier tipo de trampa. Es preciso ser consciente de que lo importante es jugar con el papel, como si, por un momento, se volviera a la infancia.
De nada sirve cortar y pegar. Volver a jugar, saber empezar de nuevo es, en efecto, una gran virtud. La transformación, paso a paso, desde la hoja de papel hasta el objeto terminado es una manera de comprender la relatividad, el devenir y la evolución, concepciones todas que están en la base del pensamiento humano y de la naturaleza.
Y no termina aquí: el origami es concentración, precisión, creatividad, educación del sentido estético, es matemática y geometría (¡y lo mejor es que lo hacemos sin que nos demos cuenta!). He aquí por qué puede ser una técnica de relajación, un simple pasatiempo o incluso, por qué no, un ejercicio de higiene mental. Pero, con todo, siempre será algo más.
Dino Andreozzi
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